
Camino por los pasadizos angostos y tenebrosos… esos que tantas veces me han advertido no cruzar. Pero, tengo la urgencia de hacerlo. Mi intranquilidad despierta locura. Corro desesperada, llevándome por el medio los recuerdos que flotan en el aire como dardos que terminan en mi corazón.
Ignoro mis fragmentos, continúo, sin aire. Busco el monstruo que me sigue en la madrugada, busco el lector de mis pesadillas, el que me respira en el rostro y me paraliza.
Lo encuentro mirándome desde las llanuras de mis emociones. Me detengo frente a él, dispuesta a desterrarlo de este lugar… mí lugar.
Sus ojos me atemorizan, mis piernas tiemblan de miedo y pronto no puedo controlar mi cuerpo. Pero… no importa.
Grito su nombre, y resplandece el mapa que esconde mis destruidos anhelos y ahi estaba… la razón de mis desvelos.
Paso por las praderas de rosas congeladas y siento sostener sobre mis dedos, las sonrísas que alguna vez decoraron mi sueño.
Me percato de que me desangro ante la cascada de sangre que baja por mis piernas. No existe aire en el pasado, y ya mis yagas están muy abiertas.
Cierro mis ojos, despido el monstruo y regreso.
«De esas cosas que nunca se olvidan, hay muy pocas»
-C. Feliciano-Avilés, 2020